Vera Szekeres-Varsa

Vera Szekeres-Varsa nació el año 1933 en Budapest. Fue la segunda hija de una familia judía asimilada, sin creencias religiosas y con vívidos sentimientos húngaros. En 1944, cuando los alemanes entraron en Hungría, su vida cambió para siempre.

Her story y fotos Breve resumen Texto completo

Entrevistador

Andor Mihály

Año de la entrevista

2007

Lugar de la entrevista

Budapest, Magyarország

Trasfondo familiar

Uno de mis bisabuelos maternos, Ármin Weisz, era mayorista de productos agrícolas en Komárom (Komarno). Existe una foto en la que aparece trajeado con el atuendo festivo de los nobles húngaros, con una espada en el costado. El 19 de marzo de 1944, cuando los alemanes tomaron el control de Hungría, se ahorcó. Tuvo cinco hijos: Ernő se hizo banquero y se volvió rico, solía pasar las vacaciones junto a su esposa en Abbazia, también acudían con asiduidad a la Ópera de Viena; Blanka se casó con un judío propietario de bosques y aserraderos de Transilvania; Oszkár, que no recibió una educación superior, se convirtió en impresor y murió joven; la tía Mariska, que significaba casi una abuela para mí; y por último, Gizella, mi propia abuela. 

Gizella nació en 1871 en Komárom y murió en 1921 en Törökbecse (Novi Bece), en la Vojvodina.

Abuela materna de Vera Szekeres-Varsa

1888

Fue criada como una dama noble, siempre iba acompañada de una mademoiselle. En 1890 se casó con Izsó Garai, apellidado Grünhut antes que transformara su apellido a una versión más húngara. Mi bisabuelo, Miksa Grünhut, era un rico administrador de fincas agrícolas. Su hijo, Izsó, heredó el cargo en la finca y más tarde fue nombrado director de una gran caja de ahorros postal. Tuvieron dos hijos: mi madre Ilona (1892-1972) y más tarde mi tío Laci. Laci fue asesinado a tiros en 1942, acusado de ser un enlace de los partisanos. Antes de que muriera mi madre, ella me dijo: "Al ver cómo resultaron las cosas, desearía que Laci hubiera sido verdaderamente un partisano".

Mi madre creció feliz en el seno de una familia acomodada. Disponía de ciudadora, un piano y una fräulein [institutriz] berlinesa. En la familia no eran religiosos, pero tampoco eran hostiles a la religión. Asistió a una escuela pública en la primaria para luego ingresar a un internado privado para señoritas. Su informe de calificaciones decía que era judía, pero nunca escuché que asistiera a ninguna sinagoga. Aprendió a tocar el piano y estudió a Schiller y Goethe. 

La madre de Vera Szekeres-Varsa

1915

Se resistió a contraer matrimonio y finalmente le dijo el sí a su décimo pretendiente, Vilmos Engel. Vilmos era periodista y copropietario del periódico local, Szegedi Napló. En 1925 fue nombrado jefe de la sucursal en Roma de una de las imprentas más prestigiosas, Athéneum. No duró mucho, volvieron a los seis meses, ya que mi madre estaba completamente enamorada de mi padre. Mi madre se mudó a Pest en 1927. A pesar de todo lo sucedido, ella y Vilmos mantuvieron una relación cordial a lo largo de los años, al igual que con mi padre. Mi madre abrió una tienda de lencería en su apartamento de Budapest con el nombre de Mrs. Engel. Por entonces mi padre ya llevaba tiempo viviendo en Pest. Mientras tanto, en 1928 nació mi hermana Klárika, no se casaron hasta 1932.

Menos recuerdos conservo de la rama paterna. Mi bisabuelo, Ferenc Weisz, estuvo casado con Erzsébet Lechner. Ferenc cultivaba dos o tres acres de tierra, también se dedicaba al comercio. Farkas Weisz, su hijo, era mi abuelo. Tenía un hermano y una hermana cuyos nombres no conozco. Mi otro bisabuelo, Áron Kesztenbaum, se casó con una conversa, Erzsébet Molnár. Farkas fue reclutado en 1865 pero desertó, apareciendo únicamente después de que tuviera lugar la reconciliación con Austria. Se hizo carretero. Vivían humildemente en una casa con suelo de tierra. Farkas era militante anti-Habsburgo y antirreligioso. Su esposa, Erzsébet Kesztenbaum, era una especie de neófita, la única religiosa de la familia. Criaron cuatro hijos, una fémina y tres varones. Los tres hijos cambiaron sus apellidos, pasando de Weisz a Varsa. La tía Róza era la hija mayor, crió dos hijos. Alfred, el mayor, se convirtió en un médico famoso en París. 

Los tres varones Varsa eran: Imre, diecinueve años mayor que mi padre; Dezső; y, por último, József, mi padre. El tío Dezső se casó con una mujer cristiana, Erzsébet Bogdánffy. Su madre se puso furiosa, haciendo que mi padre jurara que nunca se casaría con una chica cristiana.

Los hermanos Varsa

1918

El tío Dezső sufragó la educación de mi padre. Mi padre, condicionado como estaba por la situación familiar, apostó por un título más barato. Pero gracias a su tío se convirtió en abogado. También practicaba deportes, incluso consideraron enviarlo a las Olimpiadas de 1916, pero el estallido de la guerra lo impidió. En 1915, recibió un disparo en los pulmones en el frente oriental y contrajo tuberculosis en las trincheras. Fue capturado y enviado a Siberia. Al regresar a casa se matriculó en la Facultad de Derecho, pero la abandonó de inmediato porque recién comenzaba el hostigamiento a los judíos en la universidad. Luego aprobó el examen de abogacía en Szeged y comenzó a trabajar en un banco.

 

Infancia

Vera a los 3 años de edad

1936

Mi padre se mudó a Budapest, donde abrió su propio despacho de abogados. Pronto, mi madre hizo lo propio, instalándose en la capital. En 1928, nació mi hermana Klárika. En 1932, se casaron y se fueron a vivir juntos. Durante mucho tiempo estuvieron buscando el lugar ideal donde vivir, finalmente lo encontraron en 1935, en la Casa Phőnix, villa situada en el barrio de Újlipótváros, una popular zona burguesa de Budapest, que no abandonaría hasta 1979. Mientras tanto, el bufete de abogados no paraba de cosechar éxitos. Tenía tres años cuando mi hermana murió de tuberculosis. Por cierto, hubo un tiempo en la que yo también padecí tuberculosis y simultáneamente tos ferina. Mi padre se volvió temporalmente religioso tras la muerte de mi hermana, nunca antes había tenido sentimiento religioso. Luego, tres años más tarde, su religiosidad se desvaneció a la par que aumentaba la fiebre nazi a su alrededor. 

Empecé a ir a la escuela en 1939. Fui a una escuela privada con una ratio de cuatro alumnos por clase. Mirando hacia atrás, el ochenta por ciento de los niños eran judíos. Terminé la escuela primaria en 1943. En el otoño de 1943, una niña judía no tenía muchas opciones, había tan solo dos, una escuela civil o una judía. Fui a la judía por motivos de salud. Pronto, ya no pude llevar a la escuela mis libros de oración impresos con letras hebreas.

 

El Holocausto en Budapest

Vera Szekeres-Varsa

1943

Nunca fui testigo de un incidente antisemita hasta el año 1944. Por aquel entonces, Mariska, la ayudante de mi madre, limpiaba la casa con las cortinas cerradas porque estaba prohibido tener un empleado doméstico de origen cristiano. También por aquel entonces, el tío Dezső, que por ley no era considerado judío, se hizo cargo del negocio. A su vez, un testaferro dirigía la pequeña imprenta de Vilmos. Recuerdo la conmoción de mis padres cuando los alemanes entraron en Budapest el 19 de marzo de 1944. En abril, la ley antijudía inhabilitó a mi padre. En mayo tuvimos que mudarnos a una de las casas designadas con la estrella amarilla, habilitadas solo para judíos. Treinta y cinco personas compartíamos el apartamento, yo dormía debajo del piano con otra niña. Decidimos bautizarnos en 1944. Compramos documentos falsos, mi nuevo nombre era Veronika Vágner. No nos aceptaron dinero por los papeles, en su lugar nos exigieron objetos, por ejemplo, mi gramófono y mi bicicleta. Teníamos cuatro Schutzpasses[1], pero nunca los usamos. Mi padre estaba exento del servicio de trabajo forzado debido a su enfermedad.

Vera Szekeres-Varsa con sus padres

1944

El 15 de octubre de 1944, cuando la Cruz Flechada[2] tomó el poder, mis padres y yo nos mudamos a casa del tío Dezső. Deseábamos poder quedarnos, pero mi tía cristiana tenía mucho miedo, no quería que estuviéramos allí. Esa fue la primera vez que entendí que todo aquello era una cuestión de vida o muerte. Un día, los soldados de la Cruz Flechada llegaron al edificio donde estábamos afinados y nos dijeron a todos que entregáramos nuestros objetos de valor y nos alineáramos frente al edificio. Hoy sé que nos habrían arrojado al Danubio de no haber sido por dos oficiales de alto rango de la Cruz Flechada que aparecieron y los ahuyentaron. Como se supo más tarde, eran hombres de Shomer (Hashomer Hatzair[3]) disfrazados con uniformes de la Cruz Flechada. 

Unos días más tarde, mi padre, que estaba gravemente enfermo, fue reclutado para trabajar como esclavo. Mi madre y el tío Dezső idearon un plan para rescatarlo. Recuerdo como si fuera hoy el ensayo de la actuación de la supuesta compra. Gracias a aquella interpretación pudo volver a casa. En la casa de la estrella amarilla donde vivíamos, los padres organizaban la escolarización de sus hijos. Nos enseñaba lo que podían de la mano de unos excelentes maestros que vivían en el edificio. Era difícil arreglárselas cocinando una familia tras otra, así que decidimos cocinar de forma colectiva. Tres mujeres cocinaban un día, otras tres mujeres al día siguiente y así comíamos simultáneamente. Cada cucharada de comida era repartida cuidadosamente. El día de la proclamación de Horthy[4], caminé por la isla Margarita con el tío Dezső sin llevar puesta mi estrella amarilla. Al enterarnos de la noticia, decidimos no regresar al apartamento de la estrella amarilla, y pusimos rumbo hacia la casa de mi tío. Mis padres se unieron a nosotros poco después.

Pronto conseguimos un apartamento para quedarnos. Dio la casualidad de que la esposa cristiana de uno de los hijos del tío Dezső, Sárika, estaba emparentada con un médico militar de alto rango, cuyos comandantes lo habían trasladado a las afueras de Budapest, y su esposa lo había acompañado. Ella le dio la llave de su apartamento a Sárika, quien, a su vez, nos la dio a nosotros. Era un apartamento grande situado en el centro de la ciudad, en un elegante edificio residencial. Ya habíamos obtenido nuestros papeles falsos, por lo que a partir de entonces éramos una familia de refugiados luteranos, los Vágner. Resultó que el apellido de soltera de la dueña del piso era también Wagner, se llamaba Mária. Le dijimos al conserje del edificio que era prima de mi padre. Recuerdo que encontramos tres puerros en la cocina, mi padre dijo que nos tenían que durar tres días. Rara vez salíamos de casa. En las calles, mi madre escondía mis dos grandes coletas rojas debajo de mi abrigo porque el cabello rojo era característico de los judíos.

Fuimos liberados el 17 de enero. Los soldados rusos irrumpieron en nuestro refugio en busca de "nemetzki, fascisti", es decir, alemanes o cuadros armados de la Cruz Flechada, y como todo estaba en calma y el sótano no estaba abarrotado, instalaron allí su puesto de radio. Deseo mencionar otro incidente terrible. Después de que entraron los rusos, entregué a un malvado oficial de la Cruz Flechada a los rusos. Lo mataron a tiros ante mis propios ojos. Después de una o dos semanas, regresamos a la Casa Phőnix, nuestro hogar. Allí nos encontramos con refugiados de Transilvania vivían en nuestro apartamento, pero no pusieron pegas para irse. En casa, tuve un episodio de fiebre extrema que duró dos días, el estrés de los meses anteriores debió haberme noqueado.

 

Después de la guerra: educación, ideología, matrimonios y trabajo

La escuela comenzó en marzo. No queríamos aprender alemán, así que nos declaramos en huelga y conseguimos un profesor de inglés. Así es como me convertí en anglófila por un tiempo. En 1947, le dije a mi madre que ya no quería asistir más a la escuela secundaria judía porque todos allí eran sionistas. No me puso ninguna pega, estaba feliz de que yo no quisiera ir a Palestina. Me matriculé en la escuela secundaria Varga Katalin. Por aquel entonces había dejado atrás mi anglofilia, ahora mi interés se centraba en el comunismo. En Varga Katalin, mientras mis compañeras tomaban cursos de francés y baile, yo reflexionaba sobre la revolución mundial. Un día, en la piscina (tenía un pase de natación porque la salud era lo primero), me encontré con una vieja amiga de la escuela primaria y le pregunté a qué instituto iba. Me dijo que asistía al instituto de la calle Szemere. Le pregunté por él y me dijo que estaba muy bien, le pregunté qué peso tenía el DISZ (Unión de la Juventud Trabajadora[5]), y ella me contestó que era muy activo. En otoño, sin decírselo a mis padres, me matriculé en ese instituto, la Escuela Secundaria Ráskay Lea.

Mientras todo esto sucedía, mi padre volvió a integrarse al colegio de abogados y su bufete comenzó a funcionar de nuevo. El trabajo forzado, la vida en el sótano y el miedo constante habían deteriorado definitivamente su salud. A pesar de ser una de las primeras personas en Europa en recibir estreptomicina[6], en octubre de 1948 su enfermedad empeoró de forma fulminante y murió. Durante mucho tiempo me sentí como un árbol de dos raíces que había perdido una de sus contactos con la tierra, por lo que así me quedé, meciéndome al viento. Tras la muerte de mi padre, no sé cómo lo hacíamos para llegar a fin de mes. Mi madre vendía cosas, cosía bolsos y recibía una pequeña pensión de viudedad. Éramos muy pobres. A pesar de todo, lo pasé bien en la Escuela Secundaria Ráskay. Allí, por supuesto, me uní al DISZ, con los que al menos pasaba veinte horas a la semana. En 1950 llegué a ser secretaria de una rama local, creía que estaba haciendo un trabajo importante, imaginaba que estaba haciendo por la paz. Luchar por una buena causa valía la pena. Otras personas asistían a bailes, se lo pasaban bien, pero yo nunca encontré ninguna satisfacción en esas actividades. Mi entusiasmo se basaba en la Shoá y en las canciones de propaganda que cantábamos a diario. La letra de dos canciones en particular tuvieron un efecto profundo en mí. Una de aquellas estrofas provenía del himno del Movimiento de la Juventud Democrática: "Dondequiera que tengas una patria, tendrás un cielo que te mire". La otra provenía de una canción patriótica soviética, “Grande es mi patria”, y decía: "No hay país más rico ni más hermoso. ¡Todos los hombres sienten que son libres!". Por supuesto, no sabíamos nada, creímos todo lo que nos explicaban. Porque, ¿cómo podríamos haber sabido cómo era la Unión Soviética en realidad? ¿Qué es lo que la gente sentía viviendo allí? Yo tenía dieciséis años y estaba obsesionada con el comunismo. Me gradué con honores e inmediatamente fui admitida en el Instituto Ruso, iniciativa del antiguo Departamento Ruso de la Universidad. Anteriormente había querido ser psicóloga, pero como la psicología era una pseudociencia burguesa, decidí estudiar lenguas y literatura. Coqueteé con el inglés, pero me dijeron que un verdadero camarada tenía que estudiar ruso. Mi fiebre por el activismo político se disipó en la universidad. No me querían porque me consideraban una intelectual. Por entonces, proceder de un ambiente intelectual era una desventaja significativa.

Me casé con mi novio adolescente y pronto quedé embarazada. Él fue aceptado en la facultad de medicina, pero en septiembre le ofrecieron una beca soviética. Tales cosas, cuando pasaban, no podían ser rechazadas. Acordamos que lo esperaría. Tuve un mal embarazo. Caminé mucho, por entonces se consideraba que caminar era bueno para la salud. Mi fiel compañero de caminatas era György Konrád, quien había sido expulsado de la universidad por ocultar que su padre había empleado a gente en su ferretería durante la temporada alta. Mi hija Judit nació en abril de 1953, coincidiendo con mi vigésimo cumpleaños. La primera vez que su padre la vio, tenía seis semanas de vida.

Curiosamente, una declaración del propio Stalin despertó mis dudas sobre su persona. Stalin había dicho que Mayakovsky era el poeta más grande que jamás había existido y existiría. Creí la primera mitad de la afirmación, la segunda, sin embargo, me hizo dudar. ¿Cómo podía saber de antemano que sería siempre el mejor? Los cupones de racionamiento no me incomodaban, pero sí la escalada de deportaciones. Conocí a varias personas que fueron deportadas y sabía que, a pesar de ser señaladas por las autoridades, no podían ser explotadoras. La gente estaba siendo expulsada de sus hogares sin razón alguna. Recién me desperté del sueño comunista en 1955. Hasta entonces, me lo había creído todo, y no solo yo, también personas más inteligentes que yo, como Konrád, lo habían hecho. Luego, en 1956, apareció en escena el discurso de Jruschov, del que pudimos aprender algunas cosas. Para entonces, nos habíamos convertido en fervientes partidarios de Imre Nagy[7]. Mi entusiasmo por la política murió en 1956. Más tarde, no me uniría ni al Movimiento de la Juventud Comunista (KISZ) ni al partido.

El embarazo me impidió asistir a varias conferencias universitarias, pero pude asistir a mis exámenes. Mi madre me ayudaba con el niño. Nunca se me pasó por la cabeza hacer otra cosa que no fuera estudiar en la universidad. Luego, inesperadamente, suspendí el examen de Teoría de la Traducción Literaria. Obtuve una "B" en mi trabajo de traducción literaria, pero en mi expediente la calificación aparecía tachada en rojo y marcada como "inválida". La jefa de admisiones me susurró al oído que una de sus camaradas no quería que yo estuviera allí, por lo que me aconsejó que me pasara al curso de formación de profesores. Nunca supe el motivo por el cual aquella camarada me había cerrado las puertas. Puede que estuviera un poco fuera de lugar. Es probable que estuviera relacionado con mi forma de vestir, vestía harapos espantosos, solía llevar una bufanda de colores cuya esquina se había desgastado del ojal. Esta extravagancia fue objeto de una reunión del DISZ. Finalmente obtuve mi título de maestra en 1955. Ese mismo año me divorcié de mi primer esposo, aunque llevábamos ya un año separados. De inmediato me casé con György Konrád.

Vera Szekeres-Varsa con György Konrád

1955

Después de graduarme en la universidad, me destinaron a una escuela de primaria. Allí, a lo largo de seis años, enseñé ruso, inglés y húngaro. Luego, empecé a dar clases en una escuela secundaria. Al principio, no me gustaba demasiado porque la directora era una bruja. Nuevamente, tuve un problema con una bufanda. Llevaba una bufanda diminuta en la que aparecía un gatito con letras en húngaro. La directora me preguntó qué era aquello y yo se lo expliqué. “No somos gatitos, somos profesores”, respondió ella. Y así fue como empezó todo, de ahí en adelante me fastidiaba por cualquier cosa. Después de seis años, abandoné aquel instituto y comencé a enseñar en la Escuela Secundaria Trefort.

El matrimonio con György Konrád duró siete años. Poco después de que nos separáramos, me casé con György Szekeres. György Szekeres había estudiado en la Sorbona, al estallar la guerra se había alistado como voluntario. Se involucró en el movimiento de resistencia francés. Se desempeñó como comandante de todos los combatientes extranjeros en el ejército partisano. Regresó a casa en 1945. En Hungría se hizo periodista y luego diplomático. Le hubiera gustado salir de la escena política, pero quedó atrapado en la red de juegos políticos que tuvieron lugar durante los años 50, sumergido totalmente en la paranoia del movimiento comunista internacional. Acabó siendo detenido y cumplió cinco años en la prisión de Rákosi[8]. Se convirtió en trabajador manual, luego en traductor fantasma de Los Miserables de Victor Hugo y consiguió un trabajo a tiempo parcial como corrector de pruebas en checo, algo que haría hasta 1960. Estuvimos juntos durante cuatro años antes de que pudiéramos casarnos en 1964, pero tan sólo pudimos ir a vivir juntos unos meses antes de que Gyuri muriera. Mi madre estuvo enferma durante siete años. En su lecho de muerte, memorizó a Goethe de memoria para que, como decía, no se volviera senil por la inactividad. Gyuri murió en 1973, a los cincuenta y nueve años, incapaz de soportar en que se habían convertido sus ideales.

Mientras tanto, me gradué en psicología. Yo había querido ser psicóloga desde niña, pero cuando acudí a la universidad fue declarada como pseudociencia burguesa, por lo que desistí. Cuando comencé a enseñar, sentí que necesitaba la psicología para hacer mi trabajo, por eso decidí estudiar la carrera. En 1965 recibí una guía del Museo de El Cairo y me enamoré del arte egipcio. Entonces, en 1968, comencé un curso de historia del arte por correspondencia.

Vera Szekeres-Varsa

1969

 Luego, por una serie de eventos bastante desafortunados, algo bueno pasó. En 1974 conocí a András Román, a quien no veía desde hacía veinticinco o treinta años. Lo conocí por primera vez en 1946, yo estaba sentada en un banco en la calle esperando a mi madre, estaba leyendo, como siempre. Una mujer se sentó a mi lado, charlamos y me prometió que su hijo me enseñaría a bailar. Se trataba de András Román, para quien yo siempre sería aquella niña que estaba sentada en un banco leyendo. Fue un excelente historiador del arte y un hombre maravilloso. Fue responsable de la reconstrucción de varios pueblos y edificios hermosos, incluida la sinagoga de Mád. La restauración de Mád fue galardonada con el premio Europa Nostra. Después del cambio de régimen, cuando pudimos comprar el piso en el que vivíamos, András y yo decidimos casarnos. Insistí en que Zsófi, mi nieta, fuera mi dama de honor. El matrimonio no duró demasiado, en 2005, después de cinco amargos años de enfermedad y ocho operaciones, András sucumbió y murió en su cama, en el apartamento donde había nacido. Mientras era director en Trefort, trabajé como profesora en la Academia de Drama y Cine desde 1974. En 1979, me convertí en profesora titular, así fue como terminó mi carrera de profesor de secundaria.

 

Transformación democrática y familia

Aunque todas mis actividades militantes cesaron después de 1956, su hechizo continuó persiguiéndome durante años. En 1988 asistí a la reunión de formación del Partido Socialdemócrata. Luego sondeé el Partido de Octubre, pero estaba claro que este partido de extrema izquierda tampoco era para mí. Luego me uní a la Alianza de Demócratas Libres, el SZDSZ, partido liberal[9]. He sido miembro de SZDSZ desde entonces. Fui elegida en el quinto distrito de Budapest como representante del gobierno autónomo local y más tarde presidenta del Comité Cultural.

Vera Szekeres-Varsa en la apertura del Día de la Poesía

1991

Durante varios años fui directora de la sección húngara de Amnistía Internacional. Crié a mi hija sola, ayudada en parte por mi madre. No tenía un modelo ni una idea de crianza de los hijos, era demasiado joven y todo era muy diferente de cómo me habían criado a mí. Pero salí adelante, aprendí cómo hacerlo, después de todo, soy maestra. Mi hija se graduó con honores de la Facultad de Humanidades en lenguas francesa y rusa, y más tarde en Historia del Arte. Tras el cambio de régimen, fundó una exitosa galería de arte. Tiene tres hijas, todas viven en paz. Mi hija se considera judía pero no es religiosa en absoluto. Es más fácil ser no judío que judío. No la crié como judía, ni siquiera mis antepasados eran religiosos. Aún así, la próxima generación debe conocer la persecución que hemos vivido y aprender que toda persecución debe ser detenida por todos los medios a nuestro alcance, y desde el primer momento. Mi actitud hacia Israel es parcial, sesgada. Pero, pase lo que pase, este Estado debe vivir, florecer y ser fuerte. Visité Israel por primera vez en 1988, luego otras ocho veces más, la última en el 2006.

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