Rosa Rosenstein
En 1907, Rosa Rosenstein nace en Berlín en el seno de una familia de clase media. Trabaja en la sastrería de su padre. Se casa y tiene dos hijos. A las tres semanas de estallar la II Guerra Mundial, huye con su marido a Budapest, donde sobrevivirá a la guerra.
Centropa hat im Jahr 2012 einen Dokumentarfilm über Rosa Rosenstein gedreht. (Erhältlich mit deutschem Ton und englischen oder hebräischen Untertiteln.)
Infancia
Rosa Rosenstein con sus hermanos Betty, Erna, Cilly y Anschel
Mis padres y mis abuelos nacieron en Galitzia. Mi familia, por parte de padre, se apellidaba Braw. Mi abuela, Rivka Finder, de soltera Braw, murió antes de que yo naciera. Me pusieron su nombre, Rosa, en alemán, y Rivka, en yiddish. Mi padre era sastre y trabajaba desde casa. En años posteriores tuvimos una tienda mayorista y minorista de ropa masculina. Mi padre no fue reclutado por el ejército durante la Primera Guerra Mundial, ya que tras cuatro revisiones médicas infructuosas, fue descartado por padecer un severo problema de varices. Algo que le hizo afortunado, ya que se quedó en casa y pudo cuidar de todos nosotros. Solía acudir a las granjas cercanas, donde conseguía comida para que no nos muriéramos de hambre. Mi madre también puso de su parte. Nunca pasamos hambre.
Mis padres eran extranjeros en Alemania. He tenido tres nacionalidades, pero nunca fui alemana. Cuando nací en Berlín en 1907, tenía nacionalidad austríaca, lo fui al menos hasta el 1922[1], fue entonces cuando me hice polaca, al ser dependiente de mis padres, ya que todavía era menor de edad. Luego me casé con un húngaro, así que me convertí en húngara, y después de la guerra me casé con un austriaco, por lo que de nuevo volví a ser austríaca.
Mi madre estuvo comprometida a mi padre durante mucho tiempo, de hecho, el suyo fue un matrimonio concertado. Mi hermana Betty nació después de mí, en 1909. Erna, nacida en 1911, fue la tercera y Cilly, nacida en 1913, era la hermana menor. Mi hermano Arthur, Anschel en yiddish, era el pequeño de la familia. Los cinco hermanos éramos muy cercanos. Claro está que teníamos opiniones diferentes, pero nunca nos peleabamos. Y eso sólo ocurre en pocas familias.
Rosa Rosenstein con sus hermanos Betty, Erna, Cilly y Anschel en Bad Buckow
En Berlín, vivíamos en un gran apartamento de cuatro habitaciones en Templiner Strasse[2]. Aparte del lavabo, ubicado en el interior del apartamento, también disponíamos de baño, el cual, aunque muy primitivo, tenía tina y una estufa grande que se calentaba con leña, por lo que nunca nos faltaba el agua caliente durante el baño. Las cuatro hermanas compartíamos una misma habitación. En nuestra casa todo era kosher. Utilizábamos el color azul para los productos lácteos, identificados por paños de cocina a cuadros azules, mientras que los paños de cuadros rojos identificaban la carne. Teníamos además vajilla separada, la cual se lavaba también por separado. Esto fue algo muy hermoso de nuestra casa. Mis padres solían asistir a unas casas de oración judías ubicadas en un gran patio trasero.
No dedicaba especial atención al cuidado de mi ropa. En Rosh Hashanah[3], siempre nos daban ropa de invierno, abrigos beige recién confeccionados, que, por supuesto, siempre acababan rasguñados. Mis padres los arreglaban, pero, a pesar de su esfuerzo, un tiempo después se veían en mal estado. Luego solían comprar abrigos nuevos, aunque yo, en aquel momento, me vi obligada a llevar el viejo de mi hermana, ya que el mío ya no estaba en buenas condiciones. Mi madre me regañó, dijo: 'Rosa, ¿podrías pararte frente al espejo por lo menos cinco minutos más?' No prestaba atención a cómo se veía mi cabello ni a lo que vestía. Lo principal era que la falda fuera lo suficientemente ancha y los zapatos no apretaran para que pudiera correr cómodamente.
Mi padre nos preparaba el desayuno, que luego llevamos a la escuela. Teníamos de todo, ya sabes. Berlín dispone de lagos maravillosos. Los miércoles solíamos navegar en botes de pedales, y a menudo también en canoa. Disfrutábamos de una comida deliciosa, comprábamos lo mejor, no nos faltaba nada. Mi padre hacía todo por sus hijas. Mi madre era una rata de biblioteca como yo. En Galitzia, mientras sus hermanos varones estudiaban, mi madre tan sólo cursó un año escolar. El abuelo siempre decía que a una niña le bastaba saber escribir su nombre y saber hornear pan y hacer mantequilla. A pesar de todo, mi madre aprendió sola a leer y escribir. Teníamos una gran biblioteca en casa. Cuando nos vimos obligados a emigrar por el ascenso del nazismo, mi corazón sangraba de dolor porque tuvimos que dejar nuestros libros atrás.
Educación y trabajo
Rosa Rosenstein en la Fiesta de Purim
Fui a una escuela de niñas judías. No tuve contacto alguno con niños cristianos. Mis padres tampoco, tan solo en lo comercial. Sin embargo, tuve una amiga cristiana en mi juventud; vivía en el mismo edificio, recuerdo que la acompañaba cuando iba a confesarse.
Luego tuve que dejar la escuela. Me dijeron qué era lo que debía hacer: se acordó el tiempo que podía asistir en la escuela y luego acudí a una academia de comercio porque, luego, mi padre me necesitaría en la tienda. En esta academia debía aprenderlo todo en tan solo medio año: mecanografía, taquigrafía, contabilidad, y todo eso a gran velocidad. Tenía compañeros de clase que tenían 20 años, mientras que yo solo tenía 15, pero era mucho mejor que ellos.
En el negocio de mi padre nos dedicábamos a confeccionar y vender ropa para hombres. Durante un tiempo, tuvimos nuestras propias tiendas minoristas: una estaba en Hermannstrasse, en Neukölln y la otra en Klosterstrasse[4]. Por aquel entonces mucha gente compraba al contado, a plazos, ya que eran muy pobres. Recuerdo trabajar un montón de horas. Si trabajas en la tienda de tu padre, no puedes terminar el trabajo a las 5 de la tarde. En el taller tenía que coser botones, ayudar a preparar los paquetes para el envío y acompañar a la empleada doméstica a la estación de tren, desde donde se enviaban los paquetes. Ni siquiera estaba dada de alta en la seguridad social. Si lo hubiera estado hoy recibiría una pensión del Estado Alemán. Mi hermana Betty, en cambio, trabajaba en la oficina del fiscal y hoy recibe una gran pensión de Alemania.
Matrimonio
Viví en casa de mis padres hasta el día de mi boda. Mi primer marido también era sastre, pero por encima de todo era húngaro. ¡Oh, ciertamente era un joven muy apuesto! Yo trabajaba en el taller de mi padre, ubicado en un edificio de grandes ventanales. Mi escritorio daba a uno de aquellos ventanales, al otro lado, desde el edificio de enfrente, otra fábrica de ropa masculina, solía asomar un hombre apuesto que, sentado frente a una máquina de coser, pasaba las horas. Era mi futuro marido. Nos mirábamos y sonreíamos. Yo no sabía quién era él y él no sabía quién era yo. Un día llegó un mensajero -por aquel entonces los comerciantes iban de tienda en tienda- con una caja enorme llena de dulces y dijo: "Esto es de parte del joven de allí enfrente". Así comenzó todo. Acepté el regalo, por supuesto, y dije gracias. Todavía no tenía 18 años, pero era feliz, ¿y por qué no?
Un día me fui a casa antes de hora. Había estado en la tienda y caminé por Hackescher Markt hasta llegar a una gran librería en Rosenthalerstrasse. Así que, estoy parada allí, mirando los libros y, de repente, oigo una voz detrás de mí que dice lentamente: "¿No es hermoso?". Me di la vuelta y allí estaba él. Me preguntó si podía acompañarme a casa ya que iba por el mismo camino que yo. Le dije: "Por favor". Después de eso, a menudo me acompañaba en mi camino de vuelta, luego me invitó a salir. Eso fue un sábado por la noche; uno nunca tenía tiempo durante la semana. Nuestro lugar de reunión era la estación de metro en la esquina de Schönhauser Allee y Schwedterstrasse. Me vestí, me arreglé y fui a la peluquería. Mis padres sabían que tenía una cita, mi madre me dijo: 'Vamos, date prisa, vas a llegar tarde'. Y yo respondí: 'Si está realmente interesado, esperará'. Así que, fui hasta la estación de metro, y no encontré a nadie. Luego, tras unos cinco minutos, lo vi venir corriendo, completamente sin aliento. ¿Qué es lo que pasó? Bueno, en primer lugar, me disculpé por llegar tarde. Él se había imaginado que yo le estaba esperando en la otra estación, por lo que tuvo que correr a la siguiente estación y regresar. Fuimos a un restaurante llamado ‘Schottenhaml’, un restaurante muy elegante, pero no era kosher. Él pidió un plato de carne, mientras yo tomaba café y pastel, ya que no comía comida treyf[5]. No conocía ningún restaurante kosher, debido a que mis padres nunca iban a restaurantes.
Boda de Rosa y Michi Rosenstein
Bueno, fue entonces cuando decidimos casarnos. Insistí en el templo de Oranienburger Strasse porque era el templo más bonito de Berlín, e incluso se decía, el más bonito de toda Europa. Después de la ceremonia fuimos a comer a un restaurante en Kupfergraben. El plan era bailar después de la comida, después de todo había mucha gente joven entre los invitados, pero la música no era de nuestro agrado. El hermano de mi prometido era un pianista maravilloso y se ofreció a tocar cualquier cosa de memoria. Así que se sentó al piano y empezó a tocar, fue entonces cuando comenzamos a bailar.
Cuando en 1929 nació nuestra hija Bessy, mi esposo y yo todavía éramos muy jóvenes, por lo que todavía contaba con mis padres para que nos ayudasen. En 1933, vino al mundo mi segunda hija, Lilly. Cuando eso pasó yo no quería más que un hijo. En ese entonces era popular tener tan solo uno. La hermana de mi esposo se propuso ayudarme para poner fin al embarazo. Me dijo que debería tomar té, empaparme con agua caliente y saltar desde la mesa, pero nada ayudó. Finalmente le dije a mi madre que estaba embarazada, y ella no se anduvo con rodeos: ‘¿Qué haces? ¡No lo hagas! ¿Qué es, otro niño? ¿Por qué no quieres tenerlo? ¡La diferencia de edad es perfecta!’ Lo peor fue que, una vez creció mi hija, se lo contó todo. De ahí en adelante ella siempre me decía: ‘Tú no me querías tener’.
Persecución y huida
Todos mis hermanos, Erna, Betty y Anschi, se marcharon a Palestina a principios de la década de 1930. Mi padre fue arrestado en 1938, inmediatamente después de la “Noche de los cristales rotos”[6], y luego deportado a Polonia[7]. Se le permitió llevar consigo 10 marcos y un pequeño maletín. Por aquel entonces aún teníamos parientes en Polonia. Yo actué como intermediaria en todo el proceso. Como estaba casada con un húngaro, aún no tenía miedo, me sentía protegida. Conseguí una visa para ir a Polonia. Quería ver a mi padre y llevarle dinero. Cuando regresé de la oficina de pasaportes, mi madre vino a recibirme y dijo: “Ya no tienes que viajar a Polonia, papá recibió el permiso para regresar a buscarme y nos mudaremos juntos a Palestina”. Cuando mi padre volvió de Polonia empezamos a empacar todo. Se suponía que mi hija menor debía comenzar la escuela, tenía seis años. Mi padre se fue con el corazón roto porque yo me quedaba con mi familia. Le costó mucho separarse. “Me avergüenza llorar. Dejo a mi hija atrás”. Y agregó: “No descansaré hasta lograr llevarte para allá”. Mi hermana Cilly se marchó a Palestina con mis padres. Nunca volví a ver a mi padre. Supo del nacimiento de mi hijo, que nació en 1945, pero falleció dos años después, en 1947.
Tres semanas después del estallido de la guerra, tuvimos que abandonar el apartamento y comenzaron a circular las tarjetas de racionamiento. Por supuesto, los judíos tenían menos acceso a los alimentos. Aparte de eso, solo podíamos ir de compras a ciertas horas y no durante todo el día. Fue entonces cuando mi esposo dijo: “No nos puede pasar nada en Hungría”. Hicimos las maletas y nos fuimos a Budapest. Sin embargo, a pesar de la decisión y para estar seguros, me movilicé para conseguir los permisos de entrada a Palestina para mis hijos.
Los judíos en Hungría todavía vivían una buena vida. En ese momento vivían muchos judíos en Budapest, creo que unos 200.000. “Quédate en Hungría”, me escribieron mis padres. En ese entonces solo se podía ingresar a Palestina si tenías un certificado que indicaba que tu profesión era necesaria en el país. Y este certificado incluía un capital de unos tantos miles de libras esterlinas. Mis padres nos escribieron diciéndonos que el capital sería depositado en un banco de Holanda. Sin embargo, para nuestra desgracia, los alemanes invadieron Holanda.
Rosa Rosenstein con sus hijas
Un día me arrestaron y me llevaron a mí ya mis hijos a un campo de internamiento, pero nos liberaron poco después. Nos separaron de mi esposo, quien fue enviado al campo exclusivo de hombres. Aún tenía los permisos de salida de mis hijos. Siempre escribía cartas de la Cruz Roja -a través de mi primo en Argentina, quien las enviaba-, y de ese modo mantenía el contacto con mi familia en Palestina. Después de nuestro arresto, mi cuñado escribió desde Palestina: ‘Envíen a los niños, por favor envíen a los niños. Los criaremos como si fueran nuestros”. La comunidad judía de Budapest lo organizó todo. Lilly no quería irse; ella tenía ocho años y Bessy once cuando se fueron. Al final accedieron, pero la menor me dijo que su hermana la había golpeado hasta decir que sí. Fue así como le salvó la vida.
Me permitieron acompañar a los niños a la estación de tren de Budapest. A mi esposo, que estaba en el campo de internamiento de hombres, solo se le permitió llevarlos a la parada del autobús. Allí fue donde se despidió de ellos. Y esa fue la última vez que vieron a su padre. Lilly estaba de pie junto a la ventana con lágrimas acariciando su rostro. Fueron a Bulgaria en tren, luego cruzaron a Turquía en barco y de allí fueron en autobús vía Siria a Palestina. Mis padres les dieron la bienvenida en Palestina.
En la notificación de muerte de mi esposo decía: paro cardíaco. Más tarde me dijeron que había muerto de fiebre maculosa. Había sido enviado a Kiev[8], a un campo de trabajo, obligado a cavar y buscar minas. Luego me permitieron salir del campo de internamiento, todavía tenía acceso a nuestro pequeño apartamento. Trabajaba para un abogado, pero cada ocho días debía registrarme en la policía. Al ser la viuda de un trabajador, recibí un certificado de viudedad.
Luego vino el año 1944. Adolf Eichmann[9] llegó a Budapest para establecer el 'orden'. Recuerdo esta fecha como si fuera hoy. Fue entonces cuando me bajé del tranvía y me arrestaron. Me llevaron a una casa en la que se afinaban 400 personas, todos judíos. Estábamos encerrados y nadie sabía lo que sucedería. Luego nos metieron en un vehículo de transporte y condujeron durante un rato. No había ventanas, así que no sabíamos a dónde nos llevaban. De repente nos hicieron bajar y nos encontramos en un patio enorme. Miré alrededor y al otro lado vi muchos hombres detenidos.
De repente nos llevaron al interior del edificio, mujeres y hombres por separado. Un oficial sentado allí, anotaba nuestros nombres. Me miró, fijó la vista en la notificación y dijo en alemán: '¿Eres judía?' Le dije: 'Sí'. Luego nos llevaron a una habitación enorme, donde, de nuevo, aguardaban otras 400 mujeres. Estábamos encerradas, ese día Budapest había sido bombardeada: de día por los estadounidenses y británicos, y de noche por los rusos. Las mujeres rezaban para que la próxima bomba nos golpeara, porque, ya saben, esperábamos lo peor, lo peor. Estuvimos allí durante cuatro días. Los hombres fueron deportados, pero no sabían adónde llevarnos a nosotras. No tenían trenes disponibles. Esa fue nuestra gran fortuna. Cuando nos liberaron, nos obligaron a darles nuestras direcciones, por lo que tuve miedo de volver a mi habitación. Teníamos una amiga vienesa en Budapest, viuda. Allí me dirigí. Cuando me abrió la puerta, no podía creer lo que veían sus ojos: 'Resi, ¿estás viva?'. En aquella casa es donde conocí a mi futuro esposo, Alfred Rosenstein, con quien había coincidido en el campo. Era de Viena y tan encantador, las mujeres estaban locas por él.
Rosa y Alfred Rosenstein con su hijo
Teníamos un conocido en común, que había comprado papeles falsos hacía unos meses antes. Sobornó al conserje de una villa y nosotros, que éramos nueve, pudimos escondernos de las deportaciones masivas en una habitación de aquella villa. Al final, cuando todo terminó, cuando ya estábamos bailando en las calles, de repente aparecieron 60 judíos de la villa de al lado: el conserje los había estado escondiendo a cambio de dinero y joyas, en carboneras y demás. Por eso dije que en Budapest podías conseguir cualquier cosa si tenías dinero.
Sabía que estaba embarazada y me dije a mí misma: si no hago algo, el niño perecerá conmigo. Y Alfred dijo: 'No harás nada. Si sobrevivimos, tendremos el hijo’. Pero, de todos modos, fui al gueto a ver al médico[10]. Me dijo: '¡No haré nada! ¿Quieres morir de sepsis?’ El médico no tenía instrumentos, nada en absoluto. Nuestro hijo, Georg, nació en Budapest el 27 de junio de 1945.
Un día, estábamos acostados en la habitación con nuestros abrigos, ya no había ventanas, y de repente escuché una voz hablando por un megáfono: 'Este es el Ejército Ruso. ¡Gente de Budapest, esperen! Os liberaremos’. Eso es lo que dijeron en alemán, húngaro y ruso. Así pues, esperamos. Un buen día, era domingo, estaba parado en la ventana, había un silencio de muerte y vi a un ruso con un gorro de piel y una ametralladora que venía por el jardín hacia la casa. Dije: 'Aquí hay un ruso'. Mi amiga dijo: 'Al primer caballo ruso que vea, le besaré el trasero'.
De la posguerra
Tras la liberación me quedé en Hungría. No quería ir a Austria, quería mudarme con mis hijos y mis padres a Israel. Pero mi esposo argumentó que no tenía una profesión adecuada para ejercer en Israel. Era hombre de negocios y trabajaba para su hermano, dueño de una gran compañía petrolera. Trabajó como vendedor. Según él, no era una profesión adecuada para Israel. Quería ir a Austria para exigir una reparación por el negocio expropiado durante la guerra y obtener así el dinero para que pudiéramos emigrar a Israel.
Antes de la guerra, las hermanas de mi esposo tenían en Viena un restaurante llamado 'Grill am Peter', el cual fue arianizado[11]. Por ese motivo mi marido quiso reclamar el pago de una reparación para recuperarlo. El restaurante en realidad pertenecía a su hermana mayor, quien murió en el Holocausto. Mi esposo presentó una demanda a un tribunal de restitución en los que siempre solían ejercer dos jueces. El ario que se había hecho cargo del restaurante había muerto. Su hijo lo había reemplazado. En la primera audiencia, a mi marido le ofrecieron 35.000 chelines como reparación. Nuestro abogado era el Dr. Pik, quien luego se convertirá en presidente de la comunidad judía. Había ido a la escuela con mi marido. En la segunda audiencia le ofrecieron 65.000 chelines. Entonces, el Dr. Pik le dijo a mi esposo: ‘Si ya están dispuestos a pagar 65.000, seguro ofrecen más’. En la tercera audiencia ya estaban presentes tres jueces. Mi esposo no quería el dinero, quería el restaurante para que pudiéramos construir una nueva vida. El tercer juez dijo que no era justo quitarle el sustento al joven, ya que no tenía nada que ver con el proceso de arianización. Esa fue su postura. Finalmente, el joven consiguió el restaurante porque los tres jueces se pusieron de acuerdo, y mi esposo no recibió un centavo por el restaurante.
Fui a Israel por primera vez en 1949, acompañada de mi hijo. Mi hija Bessy había servido en el ejército israelí, luego había trabajado para el ayuntamiento, cuidando a personas mayores. Lilly vino a vivir conmigo a Viena durante un año. Había ido a la escuela en Israel, pero, por supuesto, podía hablar alemán. Mi madre nunca aprendió hebreo. Nunca volví a ver a mi padre, eso fue terrible. Mi hijo se mudó a Israel después de acabar la secundaria. Eso fue poco después de la muerte de mi esposo en 1961.
Rosa con su nieta en Israel
No me gustaban los austriacos. Siempre los consideré nazis. Una vez, a principios de la década de 1950, pasé dos meses en Israel. Cuando regresé a Viena y fui a mi panadero local a comprar pan, la esposa del panadero me preguntó: 'Sra. Rosenstein, ¿dónde has estado durante tanto tiempo?’ Le dije: ‘Estuve en Israel’. Y ella me miró y dijo: ‘¿Eres judía? ¡No parece judía!’. A lo que dije: ‘¿Por qué, señora Schubert? ¿Por qué no tengo cuernos en la cabeza?’ Y ella dijo: ‘Por el amor de Dios, no, no quise decir eso. Teníamos un proveedor, un judío que nos suministraba harina, y también era una persona decente”. Eso fue a principios de la década de 1950. Nada ha cambiado mucho a lo largo de los años. Haider y Stadler[12] nos obligan a pensar en ello. Incluso si quieres olvidar, no puedes. Nos enfrentamos al fascismo una y otra vez.
Rosa Rosenstein en su piso de Viena, años 90
En Alemania nunca fui víctima de un acto antisemita. Me reía y bromeaba con los trabajadores cristianos del taller de mi padre. Muchos de ellos sabían en qué días caían nuestras fiestas. Fui a Berlín con mi hermana; en aquel momento Berlín todavía estaba dividido en dos, Berlín Este y Berlín Oeste[13]. Teníamos un conocido de nuestra juventud, un vecino, Sali, que vivía en el Oeste, y queríamos ir a Berlín Este, donde se encontraba nuestra casa. Y él dijo: ‘Por Dios, no vayáis, quién sabe qué os puede pasar allí, os podéis meter en un buen lío’. Y nos disuadió. Más tarde estuve en Berlín Este con mi nieta. No pude visitar nuestra casa, simplemente no pude.
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- [2]
- [3]
- [4]
- [5]No kosher.
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- [7]Probablemente Rosa se está refiriendo aquí a la llamada "Polenaktion", la deportación de unos 17.000 judíos de nacionalidad polaca del Reich alemán a la frontera polaca a finales de octubre de 1938. Entre los deportados se encontraba la familia Grynszpan de Hannover, cuyo hijo Herschel vivía en París. El 7 de noviembre de 1938, cuando Herschel se enteró del destino de su familia, llevó a cabo un ataque a la Embajada Alemana de París en protesta contra la deportación, resultando muerto el secretario de la embajada Ernst vom Rath. Los nacionalsocialistas utilizaron el ataque como pretexto para llevar a cabo los pogromos de noviembre. Después de estos pogromos (Rosa los menciona cuando habla de la deportación de su padre), miles de hombres judíos fueron deportados de Berlín a Sachsenhausen [ no a Polonia]. Por lo que es probable que Rosa esté confundiendo la fecha de la 'Polenaktion'.
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