Lisa Pinhas

Lisa Pinhas

Lisa Pinhas fue una de las primeras mujeres sobrevivientes del Holocausto que, desde Grecia y en los años cincuenta, decidió plasmar en papel sus abrumadoras experiencias en el Campo de Auschwitz-Birkenau. Ésta fue una decisión totalmente consciente ya que, hasta ese momento, solo los hombres habían publicado sus testimonios...

Her story y fotos Breve resumen

Table of contents

Blusa de trapo con citas bordadas, confeccionada por Lisa Pinhas poco después de su regreso a Grecia (1945) en un intento de darse a sí misma valor e inspiración. ©JMG Collection

Lisa Pinhas fue una de las primeras mujeres sobrevivientes del Holocausto que, desde y en los años cincuenta, decidió plasmar en papel sus abrumadoras experiencias en el Campo de Auschwitz-Birkenau. Ésta fue una decisión totalmente consciente ya que, hasta ese momento, solo los hombres habían publicado sus testimonios sobre lo vivido en el Holocausto, mientras que la historia de las mujeres había quedado relegada al olvido. En su libro no solo cuenta su propia historia, sino también el trágico destino de su comunidad, los judíos de Salónica, la comunidad sefardí más grande de Grecia y los Balcanes. Hemos recopilado extractos de su libro que ilustran sus dificultades desde el momento en que las tropas alemanas entraron en Salónica hasta el día en que fue liberada.

 

La trampa de los Judíos de Salónica

Padres de Lisa Pinhas, Yeshuah Joseph y Mazaltov Mano © JMC Collection

El 9 de abril de 1941, cuando el ejército alemán ocupó nuestro país, estábamos lejos de imaginar el programa infernal que desde hacía tiempo los alemanes estaban preparando para nosotros. Durante un año se dedicaron a tranquilizarnos y, de repente, ordenado por ellos mismos, la prensa comenzó a escribir artículos maliciosos, escupiendo el veneno más pernicioso sobre los judíos.

El 11 de julio de 1942, se publicó un comunicado de prensa escrito en griego en el periódico “Apogevmatini” (Matinée) que ordenaba que todos los judíos de entre 18 y 45 años se debían presentar a las 8 de la mañana en la Plaza de la Libertad.

No se ahorraron humillaciones, ofensas e insultos, y nadie se atrevió a reaccionar, temiendo ser ejecutados de inmediato. La sensación de este cambio repentino de una vida armoniosa y placentera a un sistema arbitrario del todo inesperado es literalmente imposible de describir. Fue un shock enorme para todos nosotros. Hablar sobre nuestro estado de ánimo sería innecesario, se puede imaginar fácilmente: fuimos brutalmente arrancados de nuestros hogares, privados de todo lo que poseíamos en solo unos minutos.

Llegó nuestro turno. Así es como sucedió: Sentíamos que el peligro era inminente, en cualquier momento podía pasar. En la madrugada del 31 de marzo[1943][1], en una época en la que ya estábamos haciendo planes para escapar, nos despertaron el sonido de unos silbidos estridentes y machacones, en aquel momento ya era demasiado tarde. Estábamos atrapados. Ese amanecer quedará para siempre vivo en nuestra memoria, recordar todavía nos duele, nos quita la sonrisa y la alegría. Todo lo que podíamos sentir era vacío, solo el frío vacío de tantas personas queridas, cuya pérdida nunca lamentaremos lo suficiente.

 

Entrando en Birkenau

El tren se detuvo repentinamente a las 2:30 am. A través de la luz diabólica que brillaba sobre nosotros, nuestros ojos se sorprendieron al ver el inesperado escenario que teníamos enfrente. Era Auschwitz, la estación de la muerte.

Frente a nosotros tenía lugar una meticulosa selección de los reclusos. Nos obligaron a pararnos en filas de cinco, así era el sistema en este campo. Cincuenta mujeres en total, yo entre ellas, nos quedamos de pie frente al vagón, habíamos sido consideradas aptas para los trabajos del campo.

Nos hicieron avanzar, acompañadas de centinelas, de cinco en cinco, a paso militar. Después de una caminata de 20 minutos, vimos unas luces intensas y unos guardias posando en sus garitas. Una puerta se abrió: era el campo de Birkenau.

Llevaron a cabo un estricto cacheo que nos despojó de todo. Se llevaron nuestros bolsos, nuestras joyas y hasta nuestros anillos de boda, nos revisaron los bolsillos y lo sacaron todo, hasta los pañuelos. A la mañana siguiente tuvimos que entrar, en orden alfabético, para ser tatuados. Me sentía adolorida, pero eso no era nada en comparación con todo lo que nos esperaba. A partir de ese momento, nuestro nombre fue reemplazado por un número en nuestro brazo izquierdo. Habíamos cambiado de identidad, nos marcaron como ganado, éramos Häftlinger [presas], ahora me llamaba 4111.

...

En un pase de lista matutino nos quedamos inmóviles durante horas. ¿Quién se atrevería a hacer el más mínimo movimiento en esas circunstancias? Al frente de cada bloque, se alineaban 800/1000 presas, y una tras otra, revoloteando como moscas, accedían al bloque y eran contabilizadas. El pase de lista vespertino, que teníamos cuando volvíamos del trabajo, generalmente no debía durar más de una hora en cualquier circunstancia climática, pero a menudo podía durar horas. Teníamos hambre y la mayor parte del tiempo teníamos frío. Algunas no pudieron soportarlo y murieron. A las SS no les importaba.

Los bloques eran grandes barracas utilizadas como dormitorios. Serían muy parecidos a establos si no fuera por las filas de estantes que se suponía debían actuar como camas. Imagínese a diez personas acostadas de un lado, en la misma postura, apretadas como sardinas, sin poder moverse ni respirar, con los pies juntos porque dos personas dormían en el extremo opuesto de la cama. Proliferaban los piojos, las pulgas y todo tipo de parásitos. Nos mordían, pero no podíamos rascarnos porque literalmente no podíamos movernos. En silencio chupaban nuestra sangre sin ser molestados. Usábamos las camas para cualquier cosa, ahí es donde comíamos.

A la hora del almuerzo, tomábamos una pequeña taza de un líquido extraño que llamaban "sopa". Sí, era un caldo repugnante e insalubre que contenía desde cardos hasta insectos o trozos de pan podrido. A veces había sopa hecha con restos de patata podrida y piel de papa, con zanahorias embarradas porque ni siquiera estaban lavadas. Olvidé mencionar que para que estuvieran más sabrosas siempre le agregaban cierta dosis de bromuro, lo que las hacía aún más repulsivas. 

 

Luchando por mantenerse con vida

Para poder sobrevivir, tuvimos que hallar otra manera. Algunos tenían una “kochanie”[2] [una amiga] que siempre contaba con algo para comer, regularmente recibían “Canadas” [paquetes]. Algunos de estas "kochanie" ocupaban altos cargos, lo cual era inteligente ya que no dejaban que a las suyas les faltara de nada, por así decirlo. Siempre encontraban formas de corromper a la guardia alemana -que podía ser comprada por unos pocos marcos alemanes- para poder entrar en el campo de mujeres como trabajadoras durante unas horas. Por supuesto, las mujeres, cuando podían, también hacían los mismos favores a los hombres.

Fue así como conocí a Zeili Pat, un joven polaco, un buen amigo mío. Era muy considerado y se “organizaba” continuamente para traerme cosas muy escasas: un tomate pequeño (no había ninguno), azúcar, jabón, etc. Fue él quien me aconsejó que hablara con el Meister[3] para que me cambiara de tarea.

Hermana pequeña de Lisa Pinhas, Marie Nahmias © JMG Collection

1949

Mi hermana menor pasó dos meses en el hospital. Ella era lo único sagrado que me quedaba de toda mi familia, que me mantenía con vida. Temía por ella, comprobaba su mal estado de salud sin que ella se diera cuenta. Ella era, de hecho, mi orgullo y alegría.

Cuatro jóvenes judías[4] que trabajaban en la fábrica Union-Werke[5] fueron detenidas. Fueron acusados de haber proporcionado granadas de mano y explosivos con regularidad al grupo que se había rebelado[6] en el Sonderkommando[7]. En efecto, nos esperaba una sorpresa. Unos minutos más tarde, cuando entramos en el campamento, notamos que se habían construido dos patíbulos en la parte trasera del Lagerstrasse. Los alemanes nos obligaron a presenciar la ejecución.

A pesar de nuestros desesperados esfuerzos por sobrevivir, la amenaza de muerte se cernía continuamente sobre nosotros. Había Selektionen[8] como cada semana. Vivíamos día y noche con este miedo. El crematorio y su alta chimenea parecían estar esperándonos, nos estábamos muriendo lentamente. Para la mayoría de nosotros, era en el camino de regreso del trabajo, inesperadamente, cuando pasábamos por la “Selektion”.

Así, para escapar de la muerte, cada uno de nosotros se “organizó” a su manera.

Conocía a una joven polaca llamada Hanka. Ella trabajaba en la cocina. Era una joven inteligente e intelectual. Nos llevamos muy bien y pronto instauramos una sólida amistad. Mis amigas, Bella, Mini, mi hermana menor y yo le llevábamos todos los días joyas valiosas, dinero, ropa bonita, medias finas, jabón perfumado y otras cosas.

Trabajé la tierra durante un mes entero que se me hizo interminable. No pude cambiarme de ropa durante todo ese tiempo.

La Schreiberin [oficinista] me miró de arriba abajo, parecía gustarle lo que veía, e inmediatamente escribió mi nombre y número en un cuaderno junto con otros nombres. Tonta, dijo mientras sonreía, ¿de qué tienes miedo? ¿Ir a un Kommando[9] rico donde puedes "hacer" lo que quieras? Conozco a otras a las que les gustaría estar en tu lugar.

 

Al borde de la muerte

Al despuntar el alba salíamos del campo en columnas, procesiones miserables de esclavos hambrientos, desnutridos y desesperanzados que cargaban picos y palas para demoler casas, limpiar ruinas, construir caminos y vías férreas, o cargar y descargar vagones. Continuamente éramos insultadas y golpeadas con placer sádico en nuestro camino al trabajo. Por la noche, en el camino de regreso, al ritmo de la música, a menudo teníamos que llevar a uno o dos compañeras que habían muerto de agotamiento o de un ataque al corazón.

Estaba muy preocupada por mi hermana y mi sobrina. Pensaba que mi hermana, a la que estuve a punto de perder hacía un mes, estaba fuera de peligro, pero tenía unas manchas enormes en sus manos y eso le tenía preocupada. Todas las noches conseguía un buen jabón y unas toallas nuevas.  Sobornaba a cualquier precio a las enfermeras para que tuviera agua o café para poder lavarse.

Un día llegó un nuevo transporte de Salónica, las pertenencias de los reclusos fueron traídas al Canadá. Mientras entro a mi bloque, descubro que mi padre, mi madre y mi hermana iban en ese transporte. No habían entrado al campo. Esto supuso un shock terrible para mí. Todavía me pregunto cómo pude sobrevivir a ese dolor. Ninguna palabra puede describir toda la dimensión de este horror, los detalles que hoy pueden sonar vulgares, pero en ese momento eran muy importantes para nosotros.

Fue en ese momento [Nochevieja de 1944] cuando tuve mi famosa inflamación en la pierna. Durante más de una semana tuve fiebre de 40 grados pero me cuidé de no decírselo a las Pflegerin [enfermeras], quienes sin duda me habrían enviado a la Revier[10]. Tuve que quedarme en el bloque, es decir, frente al bloque, tirada en el suelo desde la mañana hasta la noche, con otros tantos que no se encontraban bien desde hacía más de dos meses.

Por lo general, como me quedaba en el bloque, iba a lavarme la herida y el vendaje con mucha frecuencia a lo largo del día, solo, claro está, cuando el Waschraum [baño] estaba libre. Un día vi a dos Kapos [polacos] que se estaban lavando. Cuando vieron mi herida me llamaron schwein, dreck [cerdo, rabino] y quién sabe qué más cosas. Se me echaron encima como dos toros y me mordieron con una crueldad increíble y salvaje. A pesar del dolor que sentía, me defendí. No pasó mucho tiempo antes de que cayera inconsciente sobre un charco de sangre.

Fotografía de la posguerra de Lisa Pinhas, visitando Auschwitz como miembro de la Delegación Griega de Supervivientes del Holocausto © JMG Collection

 

Los últimos meses

Por aquel entonces aún estaba en el barracón número 3, donde trabajábamos sin parar haciendo paquetes con la ropa de los judíos deportados para beneficio de Alemania. A mi alrededor había un montón de extranjeras que hablaban eslovaco, polaco, holandés, etc., pero sobre todo alemán. En esta torre de Babel casi olvidábamos nuestra lengua materna. Estaba separada de mis amigos griegos, pero tuve la suerte de estar sentada junto a una joven francesa que estaba trabajando en mi mesa. Era ingeniosa y encantadora, su nombre era Liliane. Rápidamente nos convertimos en muy buenas amigas.

Ya era mayo (1944) y empezaban a llegar los transportes de Hungría. Los trenes continuaron llegando a un ritmo muy rápido. Muy pronto, el campo ya no podía albergar a tanta gente al mismo tiempo a pesar de que estábamos más apretadas que de costumbre. ¿Quién sabe cuántos de estos transportes terminaron en otro crematorio? Carecían de todas las comodidades, en lugar de ropa, por ejemplo, les dieron mantas sucias, viejas y agujereadas para que se vistieran. Ya no eran mujeres, eran pobres fantasmas, demacradas, flacas, más parecidas a animales. El almacén Canadá estaba lleno de pertenencias, caminábamos sobre ellas. Comíamos sin parar, incluso cuando no teníamos hambre, porque en ese momento ya no teníamos hambre. Tiempo después, los transportes se volvieron menos frecuentes, el trabajo en el Canadá ahora era menos importante. Los rusos avanzaban ya hacia Berlín.

Entre la fábrica [Union] y el bloque, nuestros días sucedían monótonamente tristes y duros, luchábamos constantemente por la vida, por salvarnos. Cuando los bombardeos se recrudecieron, a finales de 1944, buscamos refugios más seguros en el recinto del campo.  

 

La esperanza de liberación y la marcha de la muerte

Por fin llegó el gran día. La noche del 17 de enero de 1945 fue muy concurrida. El Aufstehen [pase de lista matutina] de esa mañana fue muy diferente al de otros días. Todas tenían prisa por salir del bloque. Estábamos convencidas de que se pasaría lista para un transporte inminente.

Dijimos adiós para siempre al horrible Auschwitz, tierra de tortura. Las “Selektionen” habían terminado para nosotras, también los crematorios. Esta vida de humillación y pesadilla había acabado para nosotras. Podríamos aceptar cualquier cosa después de este terrible infierno. Escoltadas por los SS Posten [guardias], salimos de Auschwitz hacia un destino desconocido. En la senda desnuda y desierta, cubierta de nieve, caminamos a paso rápido, para luego pararnos, los alemanes necesitaban encontrar el camino. A lo lejos, en la noche profunda, el cielo parecía un enorme brasero.

Hacia la tarde, llegamos cerca de una vía de tren. No había cartel que indicara nada, pero descubrimos que estábamos en Prenzlau. Fue un viaje terrible, todas teníamos fiebre. Cuando llegamos, éramos tan solo fantasmas. Por la mañana, hacia las siete, nos sacaron para pasar lista. Teníamos curiosidad por saber dónde habíamos llegado. Era el campo de Ravensbruck[11].

Todavía era de día cuando nos volvieron a subir a los camiones. El viaje fue muy largo y agotador. Nos sentimos aliviadas cuando vimos que el camión se detenía por fin. Se trataba del campo de Rechlin[12].

A pesar de mis precauciones, no pude escapar de esta plaga [diarrea]. Bella, Mina y mi hermana Marie venían regularmente a verme por la noche, me traían pedazos de puerro para salvarme de la muerte. Habían pensado en todo lo que tenían que hacer para salvarme.

 

¡Finalmente, libres!

Tarjeta de emigración a Palestina, emitada a Lisa Pinhas en Bucarest en 1945. Nunca la usó © JMG Collection

1945

En la tarde del 26 de abril, la Blocksälteste[13] me dijo que las griegas y las húngaras habían sido solicitadas por la Cruz Roja y que tendríamos que abandonar el campo al día siguiente. Esto sucedió el 27 de abril de 1945, una fecha inolvidable. Todas las griegas caminaron juntas en un grupo por separado.

Este fue un momento de alegría indescriptible, fue una locura. Llorábamos, nos besábamos, bailábamos y reíamos entre lágrimas como locas. ¡Éramos libres! ¡Libres! Al fin. Para nosotras, esta palabra [libertad] estaba llena de amargura. Nuestra alma escondía una tragedia imborrable.

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